martes, 11 de febrero de 2014

Su amor y fidelidad a la Iglesia

2 de febrero de 1950,
pronunciación de votos perpetuos.

Un aspecto propio de la espiritualidad albertiniana fue su amor y entrega a la Iglesia que se manifestó en la entrega completa y concreta, fue su ruta guía, su luz santificadora. Tal fue su entrega, que la llevó a definirse como “hija de la Iglesia”. Sus primeros pasos dentro de la vida espiritual transcurren en el hacer y quehacer de la Iglesia. Su mamá asistía y formaba parte de los entornos eclesiales, su padrino era sacerdote, vivía cerca de la Catedral de Managua y en su juventud se manifestó su amor por los pobres a través de las Pía Unión de Santa Teresita y la Asociación de San Vicente de Paúl.


El espíritu misionero de Madre Albertina fue pulido por el espíritu propio de la Acción Católica. Aprendió las directrices por las que la Iglesia –según comprendía su espíritu- necesitaba del apoyo de su docilidad.

Fue un alma sencilla y austera pero entregada al servicio. Obediente según las exigencias de los Obispos y el Papa.